jueves, 21 de junio de 2012

17. ¿ES DIFÍCIL EDUCAR?


La respuesta que todos daríamos al plantearnos esta pregunta no ofrece discusión: “¡Por supuesto que es difícil educar!”.

Y es que no debemos confundir –o equiparar– educación con formación. La formación es simplemente instrumentalismo, proporcionar herramientas para realizar una determinada actividad. Los padres no están educando a sus hijos por el mero hecho de sacrificarse, tanto en tiempo como económicamente, para que realicen estudios de piano, o de idiomas, o de gimnasia rítmica, o de clases de recuperación, o de… Por supuesto que les están ayudando a adquirir conocimientos y habilidades que les servirán para enriquecer su cultura y estar mejor preparados en una sociedad competitiva, y ello es bueno… ¡Pero no están educando!

Educar es mucho más que dar tiempo y dinero. Educar es darse uno mismo, sacrificando su comodidad para ayudar a nuestro hijo (o a nuestro alumno) a desarrollar todas sus potencialidades que tiene como ser humano que es.

Y aquí viene la pregunta del millón: “¿En qué educamos?”. Y es entonces cuando tendremos que tener clara la senda a seguir. Indico a continuación algunas cuestiones que a mí me parecen importantes:
  • Será mejor que sea una persona alegre a un aguafiestas.
  • Que se acostumbre a decir la verdad, cueste lo que cueste. ¡Y a veces se lleva uno cada chasco!, pero merece la pena.
  • Que vaya entrenándose en el esfuerzo y en el fracaso. Queremos personas recias, no blandengues que se arrugan ante el primer  obstáculo.
  • Que sepa lo grandioso que es ser persona y su trascendencia.
  • Enseñarle que hay un sitio para cada cosa y que no vale dejarlo todo de cualquier forma y en cualquier lugar.
  • Animarle a compartir y a saber recibir.
  • ¡Fuera nerviosismo o agobio! Educar en la serenidad evita úlceras y da más felicidad.
  • Afrontar cada momento con optimismo, no con un puf de fastidio.
  • Enseñarle a mostrar interés por las personas y las cosas, huyendo del pasotismo.
  • Que sepa perdonar ¡y que aprenda a pedir perdón!
  • Huyamos de toda palabrería de mal gusto, en primer lugar de los tacos.
  • Ceder en lo trivial y mantenerse firme en lo verdaderamente importante.
  •  ¿O TODO DA IGUAL?

Todo el proceso educativo requiere mucha ilusión, mucha paciencia, mucho amor; sabiendo que se meterá la pata pero, como probablemente nos demos cuenta, sabremos rectificar. Por ejemplo: a veces, el niño es cruelmente sincero y habrá que ir haciéndole ver que la sinceridad no tiene nada que ver con resaltar sinceramente los defectos de los demás. Si no se puede resaltar lo bueno es mejor callarse. Permitidme una historieta de un encuentro para ilustrar lo anterior:

Dos amigas llevaban mucho tiempo sin verse y al encontrarse en una fiesta una de ellas dijo a la otra:

     - Chica, qué bien te veo. Por ti no han pasado los años. Y lo elegante que vas.

A lo que respondió la aludida:

     - Pues yo no puedo decir de ti lo mismo.

 Después de un brevísimo silencio para encajar la respuesta que le había dado su amiga, le contestó:

     - Pues haz lo que yo: miente.


Toda la decisión que tome para educar está  basada en la certeza de que soy el responsable de esa  educación.  Si por una  actitud liberal -muy frecuentemente cómoda- dejo actuar a la naturaleza como el principal agente educador, según Rosseau hizo con su Emilio, debo estar preparado a no quejarme del resultado. Lo mismo que un empresario que deje su negocio en manos de sus vecinos, amigos, clientes o instituciones públicas o privadas.

¿Y nosotros qué necesitamos para educar? Permíteme que, recordando a D. Francisco de Quevedo en su obra “Los sueños”, recurra a las perogrulladas: educas en la alegría si eres alegre, educas en la generosidad si eres generoso, educas en la sinceridad si eres sincero, etc.

El quid de la educación está en nosotros mismos. De tal palo tal astilla nos recuerda el refranero español.

La educación es un proceso continuo. No valen las situaciones esporádicas para educar. Hay que ser perseverantes, aprovechar todas las oportunidades que se presentan (claro que para ello habrá que estar presentes…), paciencia cercana al infinito, sacrificio, morderse la lengua en ocasiones (sin hacerse daño) antes de soltar nuestro enojo, esperar el momento más idóneo para corregir y no esperar nunca para felicitar; y disfrutar de la felicidad que da ver los resultados, aunque sean con cuentagotas. El tiempo nos hará ver que mereció la pena educar.

¿Y si a pesar de todo…? tendremos la tranquilidad, aunque sazonada con cierta amargura, de saber que hemos luchado por ser mejor y que los demás sean mejores.

1 comentario:

  1. Un gran sentido común, y una visión muy positiva de la educación.
    Muchas gracias, Antonio.

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